Sintiendo cuerpo y alma prisionero
de su ser, como reo sin condena,
teniendo cien fracasos por cadena
que lo apresan más fuerte que el acero,
eludiendo los cuernos en la arena,
puso fin a esa cárcel tan obscena
y escapó como el canto de un jilguero.
Ingrávido y en plena libertad
donde el cuerpo aletea vivamente,
liberado de su hábitat mundano
busca el rumbo que lleva a la verdad,
donde el cuerpo retoñe y se alimente
y se sienta de nuevo un ser humano.